creí en el karma hasta que vi el mundo
¿Y si el karma no existe? Nos confrontamos a la incómoda verdad de que la vida no siempre castiga ni recompensa. ¿Qué nos queda sino hacernos responsables?
En el mundo occidental, el concepto del “karma” ha sido simplificado hasta llegar a una definición parecida a la de: “haz el bien y recibirás el bien, haz el mal y el universo te castigará.”. Es básicamente la regla de oro pero con colmillos: “trata a los demás como quieres que te traten porque si no habrá consecuencias.”. Puede ser una creencia reconfortante pero problemática. El karma es un constructo que muchas veces se usa para disfrazar una verdad mucho más incómoda y dolorosa: LA VIDA NO ES JUSTA, y nada en el universo nos garantiza que lo será.
El karma se hace pasar por una especie de justicia cósmica que se basa en la ley de causa y efecto. Sin importar el tiempo que este tarda en alcanzarlo, siempre vendrán consecuencias equitativas a las acciones cometidas. Sin embargo, se ignora una verdad esencial: la correlación no implica causalidad. Inventamos una historia en la que alguien sufre después de haber hecho daño para soportar lo que no tiene sentido. Bajo esta creencia, la moral se ve dañada al convertirse en una excusa disfrazada de virtud o una justificación “bonita” del castigo y la venganza. Es un “ojo por ojo” disfrazado como espiritual, pero como decía Ghandi, “ojo por ojo y el mundo se queda ciego.”.
Esta idea también propone que tu propio juicio sobre lo bueno y lo malo es tan válido y absoluto que el universo debe reforzarlo. ¿No es esto una forma de arrogancia? El bien y el mal son relativos, dependen de un millón de factores como la cultura, la moral independiente, las experiencias personales, el funcionamiento de tu cerebro, etcétera. Lo que tú condenas, otro lo puede justificar. Y sin embargo, al creer en el karma como ley universal, uno se pone al servicio del “bien mayor”, aunque no hay tal cosa objetivamente hablando.
Pero entonces, ¿porqué hay tanta gente segura de la existencia del karma? El karma tiene una función básica: consolar. Sirve para tranquilizar a quienes no soportan la idea de que hay niños que mueren de cáncer mientras los criminales se escapan de la justicia. Que almas inocentes son arrasadas por la guerra, pero los culpables del conflicto se pasean por el mundo como héroes, aplaudidos y respetados por muchos. Que hay millones de voces calladas por la violencia y el abuso, mientras los perpetradores siguen caminando libres, disfrutando de la impunidad que les da el sistema. Esto es tan difícil de consolidar que se vuelve insoportable y preferimos creer que alguien o algo está llevando la cuenta, y que eventualmente todo se va a equilibrar. Les traigo un spoiler: la vida no tiene sentido, y somos nosotros quienes debemos darle uno.
El concepto del karma se vuelve una cuestión de control, ya que, disciplina a las masas para que obedezcan bajo la idea de que existe una recompensa y un castigo para sus acciones. Cuando creemos que el sufrimiento debe tener una causa moral, terminamos culpando a las víctimas. Bajo la lógica del karma, cuando una persona pasa por algo difícil, “algo habrá hecho”. Esto es simplemente cruel y deshumanizante.
Nunca en mis 22 años de vida, he visto que la gente verdaderamente malvada sufra como ha hecho sufrir a otros. Cuando la justicia humana llega, rara vez repara el daño que se hizo y a veces, simplemente no existe un castigo equivalente al dolor infligido. Dostoyevski, por ejemplo, propone el remordimiento como el castigo superior, pero ¿qué pasa si alguien no lo siente? Tantas personas en el mundo viviendo sin culpa, sin consecuencias y muriendo en paz. ¿Acaso el karma no los alcanzó?
Somos espectadores de primera fila de una negación colectiva: elegimos creer en ficciones reconfortantes solo porque desearíamos que fueran ciertas. Pero eso no cambia nada. La tarea de construir un mundo más justo no le pertenece al universo, nos pertenece a nosotros. La vida no se trata de que todo encaje, sino de aprender a vivir sin garantías. Esto incluye aceptar que, a veces, las buenas personas mueren sin razón y los culpables nunca son condenados. Y aunque duela, aceptar esa realidad es el primer paso. Al tomar responsabilidad de nuestra vida, asumimos que somos nosotros (con nuestras acciones, leyes y compasión) quienes debemos construirlo.
Es sorprendente la necesidad que tiene el ser humano de vincular sus creencias personales con conceptos que van más allá de sí mismo: la vida, los planetas, el cielo. Parece que nos cuesta aceptar que no somos tan importantes, que no hay ninguna razón real para considerarnos los protagonistas de esta película llamada vida. Al final, somos solo una especie más, como las vacas o las tortugas. No entiendo por qué insistimos en creer que hemos sido dotados de experiencias y propósitos divinos, como si el universo girara en torno a nosotros.
Qué importante es dar a conocer este punto de vista. Encerrararse en una burbuja de conformismo en espera de que algo se resuelva y traiga consuelo, es más como presionar la herida que traer la cura. También nos acerca a una visión menos egocéntrica y más enfocada en tomar las riendas de nuestra vida. Si me pongo a revolver mis pensamientos, pienso que el causante de nuestros males no somos más que nosotros mismos.
Por cierto, me encanta tu forma de escribir. ♡